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martes, 4 de enero de 2011

¿Dulce O Amargo? (cuento)

 Por Allam Pérez Pichardo
Corría. Corría sin parar. Ya no sentía mis piernas. Ya el tiempo no venía encima de mí, lo veía detrás, muy lejos. Mientras más aceleraba, el cansancio se apoderaba de mi ser. Ya estaba llegando a mi límite y sé que  eso no impediría mi nueva  rutina; pero era una realidad. Miré hacia atrás  y solo escuchaba las bocinas de los automóviles, la muchedumbre, el humo de las industrias y los arreglos navideños. Ya eso no me agradaba. Quería paz y sobre todo felicidad.

Paré. Paré a tomar un poco de aire y unos minutos de descanso. Ya estaba  exhausto pero lejos del infierno. De lo amargo. Ya solo tenía al viento en mis oídos. Cargaba conmigo muchos pensamientos y un poco de comida. ¿Qué de mí sin mi hogar? Bueno, no lo sé. Eso ya no está en mis manos.

Me acosté en los arbustos durante unos minutos. Ya la soledad me pedía compañía. Era totalmente garantizada. ¿Y qué de mis amigos? ¡AL CARAJO! No basta con tenerlos a mi lado, si a su lado no me tienen.

Retomé el camino. Ya mi pasado y mi presente equivalían al futuro que me venia. Solo pensaba en una nueva vida. En otra Familia, otro Dios, otra forma de vivir; pero en el mismo mundo. ¿Qué sería de mí sin mi existencia? Sería una locura buscar respuestas Pero las necesito. ¿Y ahora qué? ¿Seguir o volver? Parar. ¿Hablar o escuchar? Descansar.


Lo más desagradable de una mañana es despertar si haber dormido. Ya me sentía incómodo. Le peleaba a mi alma y me remordía la conciencia. ¿Y ahora qué? –vociferé-.Y el viento sopló en contra de mí. ¿A quién se lo pregunto? Dio la misma respuesta con más intensidad. No le entendí pero era apreciable su respuesta. ¿Qué hay de ti?  ¿Te quedarás aquí cómo un guardián? Lo pensó.

Tenía una sensación desfavorable. Me estaba subiendo desde los pies y no había carne, hueso ni psicología que la parase. Ya se había acomodado en mi cabeza.  Me preguntaba si eran nervios ò algún insecto. Bueno, detiene mi mente pero no mi cuerpo.  


Huí lo más rápido posible. Corría sin parar, estaba tocando a mi puerta el miedo junto al pánico con una botella de vino español. Me parece que su visita durará  horas. Corrí hasta que tropecé con una roca. No duré un minuto en el suelo. Cuanto mas quería correr ya no valía la pena. Estaba sangrando en un pie. Ya mi pasado no era mi presente y mi futuro era indescifrable. Sólo caminaba, miraba al cielo y veía de lejos el humo y las torres que se aproximaban  más y más. Miré hacia atrás y sólo recordaba la roca. 


Cuanto más quería correr más me dolía mi pierna. Ya sacaba mi reloj para saber el tiempo que había estado fuera de mi hogar. Mi dulce hogar. ¿Y ahora qué? ¡¿A quién se lo pregunto?! Un joven, muy conocido por cierto, se paró frente a mí, y dijo: -A mí-. Feliz navidad, amigo mío.


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