Por Germán Retana
¿Alguna vez le ha correspondido ser el "pato de la fiesta"? Es decir, la persona tratada con absoluta injusticia en su organización cuando el resto necesitaba un "chivo expiatorio". Si mantuvo su ecuanimidad, paz interior y conciencia serena, es porque posee una sólida fuerza espiritual y la virtud de ser inmune a la influencia de los negativos.
Convivir con personas de pensamiento superficial, que ocultan su baja autoestima y la fragilidad de sus convicciones detrás de la máscara de intransigentes, no es nada sencillo. Se aceptan poco a sí mismas, arman tempestades por insignificancias y emiten juicios plagados de resentimiento, frustración y amargura. Son prisioneras de sus emociones destructivas, de allí sus relaciones basadas en la desconfianza hacia los otros y en la insatisfacción con casi todo lo que les rodea. Tienden a descalificar, sospechar y degradar las intenciones de los demás. ¿Será que piensan que los otros son como ellos?
El riesgo de contagio es altísimo. Sin darnos cuenta, comenzamos a hablar demasiado de esas personas, les convertimos en el centro de nuestro pensamiento y les regalamos el control remoto de nuestro tiempo y emociones. Nos irritan, drenan energía y aniquilan el disfrute por lo que hacemos.
Ante tantos embates urge comprender que esas actitudes terminan envolviendo a dichas personas, y que es poco lo que logramos con razonamientos o llamados a la serenidad. Ya están atrapadas por su irracionalidad. Es mejor ponernos a salvo y dar prioridad a trabajar por nosotros mismos, sin hacer el papel de redentores de quienes libran una batalla íntima.
El primer paso es fijar la brújula hacia nuestro propio ser para reafirmar la libre autodeterminación de pensamiento. Si éste es basado en valores, reaccionaremos con paciencia ante los juicios con prejuicios, pues no hay prisa para que nos den la razón que ya la conciencia nos ha otorgado. Luego vendrá el pulso entre una mente abierta, calma y clara, con una cerrada u obcecada; ganará la que tenga más fuerza espiritual, profundidad de criterio y sabiduría para discernir. La primera es libre y hará de la paciencia su llave para intentar abrir la segunda, que es esclava de la arrogancia, el autoritarismo y el descontrol.
La paciencia es una semilla hacia la reconciliación, una dosis de coraje, un acto de benevolencia hacia quienes están afligidos por sufrimientos internos e inocultables contradicciones. Los pacientes enaltecen el respeto por sí mismos y en su aparente debilidad está su fortaleza. No se desentienden de quienes les atacan con prejuicios, pero comprenden que para resolver las situaciones creadas por las personas difíciles, hay que tomarles distancia, evadir su obstinación y reaccionar con altura, protegiendo así su dignidad, pese a los ataques de quienes actúan sin integridad.