Por Germán Retana
El destino de las organizaciones se origina en gran medida en sus hábitos. Cuando sus miembros poseen un alto pensamiento crítico, se atreven a cuestionar sus propias convicciones e innovan conductas para aspirar a resultados superiores. De lo contrario, se condenarían a círculos viciosos de estancamiento y frustración.
Si la costumbre es premiar las nuevas ideas, reconocer desempeños extraordinarios, dejar atrás ritos que restan valor y todo aquello que no funciona, estamos entonces ante un ambiente de trabajo constructivo, creativo y futurista. En cambio, si la tradición es la apatía hacia proyectos nuevos, la recriminación a quienes se esfuerzan más allá del deber y rinden por encima de lo ordinario y la repetición de hábitos negativos, estamos ante un clima laboral negativo, mediocre y aferrado al pasado.
Cuando ambas tendencias compiten en un mismo equipo, se crea una profunda confusión sobre su identidad cultural, reglas del juego y destino.
Según Kant, "cuantas más costumbres tiene, menos libre e independiente es un hombre". Y para el escritor Samuel Johnson: "Las diminutas cadenas de los hábitos son generalmente delgadas para sentirlas, hasta que llegan a ser demasiado fuertes para romperlas".
Sin pensamiento crítico no hay cuestionamientos a la forma de actuar y las costumbres se convierten en camisas de fuerza que restan flexibilidad, cohesión y potencia hacia los objetivos.
Lejos de caer en el sarcasmo ante la frustración de no poder modificar costumbres improductivas, los miembros que posean una visión diferente sobre la verdadera capacidad del equipo, podrían insistir en promover la discusión de estas preguntas: ¿Qué hábitos están impidiendo alcanzar algo mejor? ¿Cómo se vería el equipo sin sus tradiciones
limitantes? ¿Quién y qué debe cambiar para sustituir esos hábitos por otros más productivos? ¿Cuáles deben ser las nuevas costumbres para modernizar el funcionamiento e incrementar los resultados?
El pensamiento precede a la acción. La autocrítica eleva la calidad y diversidad de ideas; además, facilita la amplitud mental para estar atentos al entorno y aprovechar oportunidades. El constante debate inteligente protege contra el atascamiento en el pasado y estimula la innovación.
Es aconsejable que por lo menos cada cinco años o cuando se formulen los planes estratégicos, las empresas revisen a fondo los supuestos, costumbres, premisas y normas que inducen el comportamiento de sus miembros. Lo que prevalezca será más fuerte y lo eliminado creará espacios para una visión más fresca del futuro y del
modo de hacer las cosas.
El precio que pagan los que se atreven a cuestionar malas costumbres es muy alto, pero la recompensa para las organizaciones que les escuchen será aún mayor.
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