Por Germán Retana
En un conocido video motivacional de origen hindú, un árbol caído cierra el paso a los vehículos. Unos adultos se resignan a no avanzar y otros discuten al respecto. Un niño que va para su escuela en un autobús observa la escena y, sin pensarlo dos veces, coloca su mochila en la calle y empuja con todas sus fuerzas el pesado árbol.
Sin percatarse de la lluvia, de su pequeño tamaño, ni de su limitada fuerza, este niño termina inspirando a todos a sumarse a su esfuerzo y logran remover el obstáculo. ¿Por qué lo hizo?
Al hacer estas preguntas a un centenar de gerentes de trece países, escuchamos respuestas tales como: "Fue proactivo, no se quedó mirando", "tenía el compromiso por llegar a su meta y no midió las barreras", "no esperó que otros hicieran algo y asumió el liderazgo", y "creyó en sí mismo", entre otras. Luego de escuchar a sus colegas, un gerente dijo: "¡Simplemente ese niño se hizo más grande que el problema!"
Todos guardaron silencio al escuchar esta afirmación final. La reflexión es obvia: La percepción de la magnitud de los problemas es inversamente proporcional a la fuerza mental de quien los enfrenta. Un equipo "que se la cree", como se dice en el fútbol, es difícil de derrotar; su actitud ganadora, su cohesión y el dominio de sus talentos, permite a sus miembros confiar ante los desafíos. En cambio, quienes al mirar los obstáculos temen y se paralizan, están anunciando que éstos son superiores a su potencial para superarlos.
¿De qué tamaño son los problemas que enfrentamos? ¿Será que ponemos más atención a las dimensiones de las adversidades que a nuestra capacidad para resolverlos? Incluso, no es extraño que, en ocasiones, un equipo de trabajo malgaste su tiempo y recursos entreteniéndose en situaciones de poca monta, en conflictos que, en verdad, no hacen sentido por irrelevantes. Sin embargo, esa es una forma de evadir la confrontación de retos superiores a su fuerza colectiva y de condenarse a sufrir la tensión que surge cuando la respuesta es inferior a las presiones externas.
Con tan solo analizar los cinco desafíos más serios de una organización se podría evaluar la estatura mental de quienes la dirigen. Mentes pequeñas problemas pequeños, mentes grandes problemas grandes, reza el dicho popular. Por esto conviene que periódicamente los dirigentes de las empresas y equipos resuman esos retos y los comparen con la capacidad que creen tener para superarlos. Si el resultado aritmético es desfavorable, es hora de ir al gimnasio de las actitudes y capacidades para desarrollar músculos y empezar a levantar rocas en lugar de piedras pequeñas.
Las mentes grandes dejarán pasar situaciones en las que no se deben gastar energías, pues se pierde el sentido de las prioridades. La madurez de un equipo o persona se demuestra también por las situaciones que deja de lado aun pudiendo confrontarlas.
¿Es más grande su equipo que los desafíos que enfrenta?
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