Lo que cosechamos al final de una temporada es el resultado de las decisiones que tomamos en el transcurso de ella. Al asumir la responsabilidad por esas escogencias labramos un destino; pero cuando éste no nos gusta, entonces culpamos a la suerte, la casualidad y a la supuesta predeterminación de nuestro futuro.
Ningún equipo o persona es omnipotente, infalible ni dueño total de su devenir. El entorno, los competidores y las situaciones no previstas tienen su peso en los éxitos o fracasos. No obstante, imputarle a la suerte el destino es un buen pretexto en manos de quienes no trabajan fuerte para crearlo. "¡Yo nunca tengo suerte!" dice quien espera que ella tome las riendas de su vida. El azar tiene su papel; así lo dicen las leyes estadísticas de la probabilidad, pero ocurre fuera de nuestro control e intervención. En el deporte, cuando un equipo está realmente preparado para ganar, la fuerza de la superstición, de los amuletos y del aferramiento a creencias negativas del pasado pierden peso frente a la confianza, el talento aprovechado y la determinación. En todo caso, según el dicho popular, la fortuna favorece a quien trabaja.
Las casualidades existen, a todos nos pasa. Ni siquiera vale la pena tratar de entender por qué, simplemente suceden. Son combinaciones de circunstancias que coinciden en un tiempo y lugar. Muchos viven felices el resto de su existencia al lado de alguien que conocieron por "casualidad". El error es sentarse a esperarla, el acierto es estar listos por si transita frente a nosotros. "El éxito es el lugar donde la preparación se encuentra con la casualidad", reitera un conocido refrán.
Quienes se preparan para labrar su futuro, saben que la libertad, el libre albedrío, se antepone a la creencia de que ya todo está escrito en sus vidas. No achacan su destino a un guión con el que nacieron, fijan sus metas y emprenden la obra. Incluso creen que "suerte es la palabra que usa Dios cuando quiere permanecer anónimo".
Desaprovechar el ser capaces de desarrollar los talentos puede inducir a un equipo al limbo de la frustración al mirar el desfile de las oportunidades, cual carrozas, sin ser capaz de subirse a una de ellas. Trabajar con alta exigencia no garantiza el éxito; pero crea las condiciones para aprovechar las casualidades y oportunidades.
Sabemos que solo en el diccionario éxito está antes que trabajo. La suerte, entonces, será la mejor amiga de quienes la necesitan para progresar; la casualidad, la aliada de quienes estén listos para aprovecharlas, y el buen destino, el premio a las decisiones de los que aceptan ser los buenos pilotos de su vida, de los que se dedican "a hacer
que las cosas sucedan".
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